mencionado por:
Alex Piperno
menciona a:
Enrique Fierro
Juan Francisco Costa
Rafael Courtoisie
Eduardo Milán
bio/biblio:
poemas:
De brasas, ojos,
de pico curvo y gris
y oscuro oscura garganta de la muerte
y rizos en lo oscuro
y palidez
de muslos de la muerte que te llevó
volando
alada cacería
guardián
vigilante
ojos de brasa oscuro
plumaje horadante
mirada insondable
niño ciego loco
¿adónde vas tan tarde?
risa de niño loco
mirada horadante
detrás cuentas detrás
cuentas el tiempo inverso
muerte nacimiento
cuervo solo
te vi, horrorizado
flotar en mi sangre
pedazo de vos en los ojos
hebras de vos en mi cara
y el cuervo nebuloso
ángel negro
LA MORIBUNDA CULPA, 1
Un libro, un amante, una huida infranqueable, un sueño. cayeron las uvas y el tiempo hizo el vino con sacudidas de cueros humedecidos en aquellos jugos. supieron los demás entonces de la noche escondida, de la luna a gatas sobre el tejado vecino y armaron un motín que derrocó los piratas, y ahorcaron la luna en el último poste del muelle porque su traición fue más allá de proteger a los amantes, sino que luego de aquella intersección nadie supo con certeza si los pechos de la mujer estaban llenos de nieve o si el hombre había vertido allí su cima entera.
LA MORIBUNDA CULPA, 2
Escribió cuatro poemas, cuatro arañazos de ciego y bastó para que el sueño le rodeara la cara con suave cinta azul, perfumada del cristal blando del himen, y venerara a su mujer como amaba a un dios que cura todo y salva y tiende un puente de brazos hasta la noche del vientre en el que se deja perder en brumoso bosque de inciensos y claveles, hilos de sangre que tendían de la ausencia de cabezas en cuerpos víctimas del ritual más viejo de la Tierra.
EL ALARIDO DE ALICIA, 1
Todo cruza como un torrente de agua sucia que me envuelve y me lleva y soy el agua, sucia, soy el torrente de agua sucia y esa es la dinámica de los días, de una calle a otra, arrastrada a toda velocidad con el ojo de la frente ciego, con el ojo del pecho abandonado en casa, lo olvidé al levantarme, debajo de la almohada.
EL ALARIDO DE ALICIA, 2
Yo le tiraba una soga y no alcanzaba, la añadía y nada, no alcanzaba, pero qué hondo, qué oscuro, qué sordo el eco de las piedras que demoraban tanto al caer que olvidaba si las había tirado y qué angustia sentir ese vacío tan hondo y tan mío que igual le tiraba cuerdas y más cuerdas, hilos de baba hasta decirme, ta, ya está, lo digo y listo.