Jorge Palma



mencionado por:

Gustavo Esmoris


menciona a:

Gustavo Esmoris
Héctor Rosales
Javier Etchemendi
Isabel Barreiro
Margarita Muñiz


bio/biblio:

Poeta y narrador, nacido en la ciudad de Montevideo, Uruguay, el 24 de Abril de 1961. Periodista cultural, divulgador. Se ha desempeñado durante años en diferentes medios de prensa oral y escrita. Ha coordinado y dirigido talleres de literatura y de creación (escritura narrativa y poesía). Su obra abarca los géneros de poesía y narrativa. Figura en varias antologías nacionales y extranjeras.

Libros publicados

2007 - “Lugar de las Utopías”, poesía.
2006 – “Diarios del cielo”, poesía. Premio Ministerio de Educación y Cultura.
2006 – “La vía Láctea”, poesía.
1990 – “El Olvido”, poesía.
1990 – “Paraísos Artificiales”, cuentos.
1989 – “Entre el viento y la sombra”, poesía


poemas:


UN RIO ANCHO CON SABOR A OTOÑO


....................................................................“Del rojo al verde
..............................................................se muere el amarillo”
...........................................................................G.Apollinaire

Tú que tienes la precisión
prendida en la solapa:
¿a cuánto estamos hoy?

El olor de la tierra húmeda
trae en los bolsillos
noticias del mundo:
del rojo al verde
se muere el amarillo;
de mi casa al mercado
se mueren los niños
en el desierto.

Los noticieros hablan
de la guerra
y el cielo avanza.
Los noticieros hablan
de tormentas de arena
en el desierto
y los pájaros emigran
en mi cielo de otoño.

Mientras enciendo un cigarrillo
mientras la ropa
se seca al sol
se mueren los niños
en el desierto.

Del rojo al verde
se muere el amarillo.

Y las casas son abandonadas
por sus dueños,
y las viudas dejan flores
en la mitad de las camas
y se marchan,
se cubren la piel
con sus trapos de viuda
con sus pañuelos de luto
con sus ropas de humo
y caminan
por el borde del cielo
y caminan por las orillas
del mundo.

En mi patio con macetas
caen flores del cielo
y caen también
pájaros atravesados
por el sonido de la guerra,
y se despiertan las madres
bajo otro cielo
y en los mercados
las frutas, los pescados,
los pregones, no tienen
sonidos de luto,
ni hay viudas huyendo
a las fronteras
ni hay temblores de tierra
ni nadie sacude vidrio molido
de las mantas
ni los curas barren los escombros
de las catedrales y las iglesias
ni en mi cielo de otoño
contemplo esta mañana
la inmensa peregrinación
de ataúdes y pañuelos
que en algún lugar del mundo
se desatan; el polvo, la arena,
el desierto abrasador,
donde dicen estuvo el Paraíso
el Paraíso anhelado
a punto de perderse,
donde un niño sueña todavía
que tiene brazos
una familia, y sus piernas
inquietas de doce años
corren por las inmensas
arenas y salta, busca
nubes, desafía las leyes
de la física, soñando
por las tierras de Ur
a la sombra monumental
de las ruinas de Babilonia.

Del rojo al verde
se muere el amarillo.

Entre tu pecho
y el mío
se muere el amarillo
entre tus alas y mi sueño
se muere el amarillo.
Entre tus piernas
y las mías
se muere el otoño,
a cuatro metros del cielo
por venir
a cuatro gotas de lluvia
o de rocío
a tres días de un disparo
demoledor y ciego
a dos minutos de la gloria
o el fracaso
a un segundo que aguarda
goteando el alba
tu boca de luz
tu llama
para contrarrestar acaso
ese grito que vuela incesante
entre dos ríos que llevan
la muerte
ese aullido que cruza el cielo
las tormentas el calor
un grito que cruza
el desierto, tu pecho
tu morada
y golpea como un puño
de acero
las ventanas de mi cuarto,
aquí, en mi pequeño cielo
de otoño,
demasiado lejos
de los hombres recién rasurados
que no volverán a sus casas,
de las mujeres
que conversan en la puerta
de un mercado
sin saber que esa noche
dormirán con la muerte;
de los que cantaron
en las duchas
por última vez, hermosas
canciones de veinte siglos,
y no supieron nunca
de nosotros y este río
ni del nombre del río
que nos nombra y atraviesa
con su mansa identidad.

Aquí en el Sur,
donde envejecemos
mirando los ponientes.


MARATÓN

Le ladraba al viento
y el viento le ladraba.

Había tomado dos vasos de vino,
después dos más
y se le nublaba el cielo
se le llenaba el corazón
de nubes
y en sus ojos de niebla
- ojos de amor clandestino –
había un niño
un proyecto de hombre
una aventura.

“Me duele vivir”, decía el muchacho.
“Yo amo el tango a muerte”, decía
y dijo también: “Se da cuenta”.
“Con este frío y doliendo todo”.
“¿Cómo se puede ser feliz
con esta lluvia?”

Yo lo miraba pestañar
y pensaba.
Yo lo seguía con la mirada
y era entonces
hermosamente torpe
adolescentemente cursi
tiernamente ingenuo.

Pero cómo decirle
y que creyera.
Cómo explicarle
lo que vendría
lo que la vida
se encargaría de mostrarle
tantas veces
del derecho y del revés.

Yo conocía ese gesto
de memoria.
Yo recordaba esa furia
apenas contenida
esa crispación de visceras
y dientes
ese apabullante rezongar
de nervios: mal vino
en las entrañas, fisura
en los huesos, inmensa piedad
de los otros hacia él.

“Se da cuenta”, decía.
“Con este viento, con este día
nadie puede ser feliz”.

Mientras Cátulo y yo lo mirábamos.
Mientras Cátulo servía otra copa
y sonreía,
y en el espejo, en el aire,
en las mesas gastadas
del viejo café, flotaban
las palabras de aquel
proyecto de hombre, de aquel
manojo de nervios, de ese
racimo de uvas verdes
a punto de estallar,
de desmadrarse
de desmayarse
con un sándwich de realidad.

Había tomado dos vasos de vino
luego dos más, y se le nublaba
el cielo, se le doblaba el corazón,
y en sus ojos de niebla, ojos
de amor clandestino
había un niño, un laúd,
un hombre y su aventura.

Y la lluvia caía del cielo
sin pausa.

“Me duele vivir”, decía.
Y en la radio giraba un tango
alrededor de un ataúd.

¿Y el amor que te nace
en el alma? Yo pensaba.
¿Y las lunas inmensas
que rigen las mareas
y los partos?
¿Y los campos cosechados
que vuelven a germinar?

Cómo decirle entonces
y que creyera.
Cómo decirle en voz alta:
“mire el cielo y su rostro,
siga con sus ojos
el vuelo de ese pájaro,
escuche en silencio
el aire que respira
y entonces toque su pecho
deje que su mano encuentre
el latido misterioso
que alimenta su cuerpo
y lo hace respirar.
Y sueñe, dibuje, proyecte
en la nada un firmamento.
Mire sus manos (son perfectas)
parecen diseñadas
por un artista; piense
por un instante
en todos esos músculos
protegiendo sus vísceras,
en las curvas de su cuerpo
en la exactitud
de sus orejas
en las celdas infinitas
que componen sus ojos
y en su color (ese otro misterio);
vaya y venga por el cielo
y deténgase luego
en su cabello: miles
de hilos de colores,
y en sus párpados que caen
lentamente protegiéndolo
del polvo y el dolor.
Piense en su costado
piense en esa bomba roja
en ese huracán perfecto
en ese sistema de riego
(otra obra monumental de ingeniería)
que sigue trabajando sin pausa
mientras usted duerme,
y después me va a decir
como se puede ser feliz
con esta lluvia.
¡Se da cuenta!
Aunque muchas veces
se le doble el corazón
con tanta rabia,
aunque un amor clandestino
lo lleve de pies y manos
al lodazal,
y el agua del cielo
caiga sin pausa
y tarde en amanecer.

No hay comentarios.: